Las relaciones afectivas en el Siglo XXI

Las relaciones afectivas

Las relaciones afectivas románticas del siglo XX,  basadas en el amor, el compromiso y “hasta que la muerte nos separe”, han dado paso a relaciones efímeras, intensas y “a la carta”. La sociedad ha cambiado y por lo tanto las subjetividades. Somos hijos de nuestra época, inmersos en un contexto capitalista, globalizado y postmoderno, donde se ha pasado del encuentro cara a cara a la conexión con otros, a través de pantallas.

Siendo Tinder una aplicación representativa de la forma de vincularnos en el tiempo que nos ha tocado vivir. Hombres y mujeres, mediante un “click”,  entran a un escaparate en que se exponen fotografías y los atributos que cada uno quiere resaltar. Una vez allí, como un muestrario se aprueba o desaprueba al otro. Y así comienza la carrera de satisfacción por consumir, por encontrar a alguien que colme lo que yo necesito, sin más preámbulos. La inmediatez, el deseo sexual/erótico desarraigado de cualquier emoción, mantiene a salvo la intimidad. Aunque paradójicamente haya una exhibición del cuerpo, puede que hasta un intercambio sexual, eso sí, una vez consumado, la intensidad se esfuma y deja paso a la indiferencia. Cuerpos ávidos de nuevas experiencias, ansiosos por “consumir” placer,  excitados constantemente y necesitados de ser vistos por otros para sentirse vivos y reconocidos.

Muchos se conectan con el deseo de tener una pareja. De hecho, es una cuestión que en el discurso manifiesto de las personas se escucha habitualmente, “me encantaría encontrar a alguien, eso sí, ¡que estemos bien!”. Lo cual me hace preguntarme: ¿Qué significa ese “estar bien”? ¿Qué no haya ni el más pequeño malestar, desencuentro o atisbo de frustración? ¿Qué el otro sea nuestro ideal? O están hablando: ¿de encontrarse, intentarlo, aceptarse el uno al otro, acompañarse y crecer con lo parecido y lo distinto de la pareja?

Bauman en 2005, acuña el término de “amor liquido” haciendo referencia a la fragilidad de los vínculos sentimentales, a la necesidad de no echar raíces emocionales profundas con las personas que nos vamos encontrando en la vida.  Así permanecemos desvinculados y adaptados al contexto en que vivimos, en  un constante cambio, en que lo virtual y lo real llegan a confundirse con pasmosa facilidad. De hecho, él habla de “conexiones” en vez de “relaciones”, que conllevan compromiso mutuo. Hay una necesidad imperiosa de “interconectarse” pero nunca nos habíamos sentido tan solos y vacíos. En este mundo en que todo pasa por el egocentrismo, el consumismo, el éxito individual, y la fascinación por la belleza y la juventud, no hay un verdadero encuentro con el otro en que se pueda construir algo sólido, íntimo y real.

Podríamos demonizar lo actual e idealizar lo anterior, no creo que sea la solución que nos haga sentir mejor. Sin embargo, sí que podemos reflexionar, sobre el modo de hacer, de cómo  crear una base sólida de autoestima y seguridad, en definitiva una identidad consistente y no líquida. Que nos permita sostenernos, para no sentirnos como barco a la deriva,  buscando desesperadamente al otro, para usarlo y desecharlo. Enseñarles a nuestros hijos, que las relaciones que nos llenan de verdad, se envuelven de amor, confianza y estabilidad. Y que para lograrlo, es como un jardín, sólo florecerá si le dedicamos tiempo, disfrutamos cuidándolo y no salimos huyendo cuando crecen malas hierbas o nos cansamos del esfuerzo que implica.

Sólo así podremos encontrar repuestas y sentirnos más serenos con nosotros mismos y con los demás. Si conseguimos parar, pensar y salir de la inercia social impuesta. Y preguntarnos: ¿Cómo es que justo lo que más deseamos, que es sentirnos queridos, lo hemos transformado en algo cosificado y frio? ¿Qué explicación tiene que busquemos a alguien que nos acompañe y podamos compartir, pero no damos la mínima oportunidad al otro, solo miramos nuestro ideal, no al que tenemos enfrente?

 

Bauman, Z (2005). Amor líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos,  Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.