Carta de despedida de una paciente

despedida de una paciente

 

María, una paciente, después de años de terapia, viene el último día a su sesión con una mezcla de emociones. Se siente contenta de que juntas hayamos pensado y trabajado el final.  Triste de decir adiós, con inquietud, pero llena de ilusión y una inmensa gratitud. Pero no solo traía eso, me sorprende con un regalo, es un libro y una carta de despedida en un sobre cerrado.

Al abrirlo después de irse, me encuentro con una profunda reflexión sobre la vida y el proceso de su terapia, desde los miedos del principio, atravesando los recovecos del camino, hasta el duelo de la despedida, del vínculo que se crea y acompaña.

Comienza planteando que no sabe si el destinatario soy yo (su psicóloga), ella (mirando e integrando el pasado y el futuro) o las personas que puedan sentirse identificadas. O quizás somos todos…

 

Carta de despedida:

Empiezo esta carta, sin saber a quién va dirigida exactamente. Una parte va dirigida a ti, en agradecimiento, y otra parte va dirigida a mí, formando parte de la despedida y el duelo que implica terminar la terapia. Finalmente, si decides publicarla en las redes sociales, también va dirigida a todos aquellos que tienen miedo o les asusta ir a terapia, para contarles un poco mi experiencia, y animarlos a dar el paso de pedir ayuda, porque yo también sentí esos temores antes de aceptar que a veces, solo, no se puede.

Me decidí a dar el paso y hoy digo que ojalá lo hubiese hecho antes. Hoy puedo afirmar que no soy la misma, pero sí que soy mi mejor versión.

No me quiero extender mucho, porque podría escribir un libro, quizás algún día lo haga, porque lo más importante para llegar a hacerlo es tener una historia que contar y creo que la tengo, pero tampoco pienso que mi historia sea mejor, o diferente, o más interesante que la de muchos otros… Si a una conclusión he llegado después de la terapia contigo, es que vivir no siempre es fácil y que la felicidad que tanto ansiamos es muy relativa.

Cargamos con una mochila que hace que nuestras decisiones sean las que son y nos lleven por caminos tan diferentes ante situaciones similares. Es por esto, que deberíamos replantearnos las críticas antes de juzgar a los demás. Es por esto, que es tan difícil dar consejos. Y es por esto también, asumiendo que en la vida existen los accidentes y cosas que no deberían pasar porque son antinatura, que muchas veces necesitamos ayuda, aunque no lo sepamos o no lo queramos saber.

Podría hacer un análisis de cuál era mi estado cuando empecé a ir a terapia, explicar el por qué y cuándo tomé la decisión de llamarte y tuve la suerte de tenerte como psicóloga, pero no es la finalidad escribir mis vivencias, aunque transitar por ellas ya no duele de la misma forma, ni generan miedo, odio o un rencor tan intenso como lo hacían cuando recurrí a ti.

Recuerdo a la persona que yo era cuando entré por la puerta el primer día de consulta, y hoy, aún se me llenan los ojos de lágrimas pensando en todo el sufrimiento con el que cargaba en esos momentos. El aprendizaje principal después de todo, es que hemos hecho un gran trabajo juntas, para llegar a estar orgullosa de la vida que tengo, la que he aprendido a elegir y la persona en la que me he convertido.

Han sido años de ir a terapia, por desgracia los milagros no existen. No podemos cambiar conductas en tres sesiones, no podemos calmar nuestras ansiedades en tres meses, no podemos abrirnos y pretender que todo aquello que nos paraliza, nos asusta, nos duele, que hemos normalizado y nos hemos contado a nosotros mismos durante tanto tiempo para sobrevivir, se solucione de la noche a la mañana.

Tampoco podemos aprender a poner límites, a saber, construir y elegir tener una relación sana, lo primero, con nosotros mismos y después con los demás, con la inmediatez que estamos acostumbrados a vivir hoy en día, que no nos permite vivir presentes ni conscientes.

Un buen terapeuta no es una amigo que da consejos, no te dice lo que a veces ya sabemos que tenemos que hacer, pero no podemos. No porque no queramos, sino porque no sabemos.

Un buen terapeuta no desespera, no se cansa de escucharnos y siempre sientes que está ahí. Sabe ver lo que nosotros y nuestros seres queridos no pueden ver. Encuentra la historia subconsciente que hay detrás, esa que está tan arraigada y profundamente interiorizada en nosotros y que tanto nos hace sufrir. Te ayuda a entenderla y gestionarla, para que, empezando por todo el desorden, se comience a ordenar el caos al que llegamos y se puedan ir consiguiendo objetivos.

Creo que son necesarias tres cosas para llegar a tener éxito en una terapia. Las tres son complementarias y no sustituibles: Un buen terapeuta con ojo clínico para ver donde no se habla. Un paciente que se permita escuchar y escucharse. Y la última, pero igual de importante, es el tiempo. Si se dan las tres, como me pasó a mí contigo, el camino no es fácil, pero disfrutas de hacerlo y las metas llegan. Es obvio que llegan.

No es fácil distinguir. No nos han enseñado bien la diferencia entre el amor propio y el egoísmo. Tampoco a gestionar las consecuencias en los demás de nuestras propias decisiones, ni cómo llevar las decisiones de los demás, cuando los afectados somos nosotros.

No tenemos claro dónde está el límite, cuándo hay que terminar una relación o volverlo intentar, irse o quedarse, y es así, entre toda confusión, que vamos haciendo daño y nos hacen, y es así, que se hace tan difícil vivir, convivir y lo más importante, seguir creciendo.

Existen sucesos que no se superan, pero se puede aprender de (y a vivir) con ellos. Con el tiempo, cada uno el que necesite, se calma ese dolor desgarrador que se tiene al inicio, y que se convierte en aliado para hacernos más fuertes y menos vulnerables, para hacernos, como he dicho al principio de esta carta, nuestra mejor versión.

Me has dado herramientas para levantarme cada mañana, cada día más segura, cada día más y mejor. Vivir siempre suma, aunque a veces la vida se empeñe en restarnos.

Muchísimas gracias por haber estado. Muchísimas gracias por saber que siempre estarás. No existen palabras para definir lo que tú y yo sabemos que hemos sufrido, trabajado y construido. Te incluyo en mi sufrimiento porque, aunque sé que nunca me lo has dicho, pasaste miedo por mí y conmigo. Estuviste siempre disponible para escucharme, aunque estuviésemos fuera de las sesiones, con una llamada o un mensaje, te convertiste en el soplo de aire que me permitía seguir respirando, hasta en los peores momentos.

En su momento ni siquiera yo me veía como una paciente crítica, y bromeaba con ello cuando te volvía a ver. Hoy sé que lo fui, pero menos mal que te tuve a ti tan cerca, tan profesional y sobre todo tan humana. A pesar de todo, también te tenía a ti.

Elisa, solo espero que estas pocas que te estoy dedicando te recuerden que tu trabajo y gente como tú haciéndolo es necesario. Psicólogos competentes sois necesarios en este mundo tan loco al que nos dirigimos. Ayudáis a mejorar vidas y yo soy el vivo ejemplo de tus resultados. Sé que no todos sois iguales, no todos trabajáis de la misma manera y no todos son conscientes de la importancia que pueden tener unas palabras inapropiadas, porque pueden provocar consecuencias fatales. Los pacientes nos exponemos con lo más valioso de nosotros mismos, que es la desnudez de nuestros sentimientos y nuestros mayores miedos, pero yo tuve la suerte de que tú, te cruzaras en mi camino.

Gracias,

María

 

Elisa Peinado-Psicóloga en Zaragoza